lunes, 22 de octubre de 2012

veintidós cuarentaysiete.

Un hilo se desentraña por la comisura de mis ojos y el rabillo de mi boca.
Un hilo de saliva amarga como ala de grillo que se llevan las hormigas,
como pasos húmedos de tu peso y las aspas que no tocan la piel
de tanto toro en pecho ensortijado.

Has escrito sobre los cajones en los que se guardan diarios.
No has dejado huella detrás del crimen,
sigues con la tortura silenciosa
de apuñalar el tiempo con una repetición de sordo.

Hay hojas que por más que soples nunca dejan el cuaderno.
Las alas irónicas se guardan del viento y dejan que se lleve
el techo sobre las cabezas.
El precio de la guillotina es el beso en el cuello tendido,
blanco como el alba de las intenciones
las miradas al futuro y las risas de cocodrilo.

Tu alma de globo de agua,
las ganas de estrellarla contra el pavimento
y en un acto de ternura
quedarme a ver cómo te secas.
No hay nada más tierno que el sol besando al agua y el cemento.











lunes, 1 de octubre de 2012



Hace soles que no escribo nada ni aquí ni en ningún lado.
Me enrolé en un taller de escribir la vida.
No he articulado ni una sola línea al respecto.
Debe ser la nefasta influencia del presente.

El olvido es un naufragio.
Uno se ahoga necesariamente en la ilusión del tiempo.
De la importancia.
Del otro.

Exterior parque en Delegación Iztapalapa.
Frigia Nº 70

Sara baja del auto.
Raúl sale a su encuentro.
Chocan torpemente en un beso apretado
con los pómulos de fuera
y la lengua quién sabe dónde.
Como cerrando los ojos ante una salpicada.
Alberca turbia de ventanas
de fuentes
de monjas que roban perros finos.

El canal de Miramontes en el que incansablemente se perdía Firulais.
Entonces estábamos juntos.
Los 4.
Cada noche Juan Pestañas,
y las metáforas de trapeador.