Deshago un nudo
grueso
formado por una soga
corrediza casi
de algodón gris.
Sus hebras hermosas
huelen a lana y
calor,
sudan otro tiempo
de aferrarse.
Hay horas para el
desahogo
a ese llego tarde
y desbordada.
Siempre.
Mis manos duermen
en un cuenco
invisible,
refrigerante.
Son como de niña
madre
y tengo los dedos de las uñas
tan fríos,
que ya no siento
nada.
Ha cedido la marea
que
incendiaba las olas.
Ahora todo es
nube
inundada
y, ha muerto ahogada
la ira
que provoca
lo que se ve y
voy
dejando de
preguntar
porque al soltar el nudo
el agua me
llevará del otro lado.