jueves, 25 de septiembre de 2014

22:57

Sí, se llaman corazas y un puñado abre la piel.
Diminutos cortes, casi no sangran, podrías decir que es sudor.
-Sí, son como jaulas.
-Sí, duelen.

Abre el puño y todas se quedan clavadas en las líneas.
- sacude.
Siempre las palmas demasiado rojas.
- como iracundas.

No, no perdona.
En el torbellino (que no línea) entre
la vida de la muerte, si no es que son lo mismo.
Tú.
Tú exilio, tú exilio, tú exilio.
Sonriendo desde ahí. Por lo que sea que haya,
ahí.

Casi fueron,
casi.
Un suspiro
una chaqueta interrumpida
un abrir y cerrar de ojos
- son más.

Ora con el copyright del infierno en la mano.
Ora con un corazón en vías de extinción.

Da mucho lo mismo porque en las corazas
las paredes son aceite.
Huele a pescado y encierro
igual que en la cala de un barco.
Solo en el centro hay centellas congeladas
al momento de ser encendidas;
es un sitio sofocante.

Se puede escribir disparatadamente,
escribir de dolor,
escribir de te fuiste con un send,
con un dos puntos y cierra paréntesis
y la palabra anaconda
en una insinuación de antojo.

Se puso todo y te quitaste.
Como se quita un dulce a un niño,
o jugar a las manitas calientes.
Así;
como arrancarse una cana.
Y ningún pretexto
arregla
el iceberg fría dinamita
encuentro
con el que estoy tratando
de cortar el aire.



jueves, 3 de abril de 2014

22:46


Solo un poema (si es que algo de todo esto tiene algún ritmo) en los cuatro meses que lleva el año.
- Este que parece que no se va a terminar nunca-
Y es que murió mi padre, el único que he tenido.
- Estoy emputada-
Pero eso no hace pasar el tiempo ni hacia adelante ni para atrás.
Pienso en los "ojos oceánicos" del poema de Pablo y me pregunto,
si en ojos así uno va a dejarse los despojos de hija para recibir el consuelo de unas redes.
- Mírame qué solo estoy, ahora que no soy sino ceniza-
Nada se puede decir ante tanta naturalidad, ante toda esa vida que es la muerte.
No hay consuelo, ni literatura en las cajas en las que nos acaban metiendo.
-¿En qué se parecen una urna y una bolsa de aspiradora?-
Todas esas veces que aspiraste tus muebles, todas las escamas de piel muerta que fuiste dejando...
hay mucho más de ti ahí que en la caja que pusimos junto a la de tus padres y tu hermano.
Pero acabarás en el mar, Papá; como tú querías.
Iremos en el barco con tus nietos y un trovador.
Te cantaremos Peregrina y aquella de Paul Anka.
Como si al recuerdo le crecieran orejas,
hablaremos de ti como si escucharas nuestra nostalgia
Y en caso de sentir algo
-En caso de sentir algo-
Tal vez logremos llorar.

Waiting for the night




jueves, 13 de febrero de 2014

Veintidos quince.


Hay que tener nariz.
- Siga su corazón, dicen;
pero insisto:
el olfato es más confiable.

Hay que saber oler la lluvia
antes de que caiga, eso sí
para entonces poder pasar
por bruja.
Hacer vibrar los pelos de las
fosas con cada fibra
de olor a recuerdo escondido
en el elevador de un edificio
en la Colonia del Valle.

Es de suma importancia,
para la supervivencia
saber reconocer el aroma de otro,
en el puño de una camisa,
en la palma de la mano,
bajo el quicio de la puerta.
O esnifar la pólvora
de tinta seca,
de la muerte que se acerca
un olor invisible de sombra.

Cuando has olido la muerte
en la almohada de tu padre,
entonces has aprendido
algo útil,
el olor del hueco que queda,
el vaporoso humor
del nunca más, del jamás.

Aprendes a reconocer
la esencia de lo eterno
-que no es el amor,
sino la muerte-
Y eso se huele sin
mayor trámite.
Así llega el acuse de recibo
hasta la nariz;
ese olor que coloreaba
la infancia
que ha dejado el mundo
y te ha ganado la carrera
por  más de una nariz
de ventaja.