lunes, 22 de julio de 2013

Veinticuatro horas. Trece treinta y tres.


A pesar de lo abierto que,
desdentando el cierre,
eres
ese scratch en mi
electrocardiograma.

Un grito roto de domingo
en medio de pestañas
que
baten la tarde.

Rugido hondo en
cámara lenta y pivote.

Tú sabes de qué
hablo,
te paras y dices
-Aquí estoy, perra
pa que me ladres,
perra. -Me quedo, linda...
veinticuatro, mami.


Recibo lo mío y
recupero,
el hilo de la caña
me curo del anzuelo
de lo que se muerde pero no se traga.
Este corazón no se empaña
sigue, claro
pellizcando las razones
se deleita en la ternura
que me baja los calzones.












miércoles, 17 de julio de 2013

Mientras las perras. Trece treinta y cuatro.



Al lado cae en polvo el yeso de las paredes,
cediendo partícula a partícula
ante los golpes de la vida y el peso de los autos
la raíz del hule y el viento que lo despeina.
Alado, un ladrón de croquetas
va dejando los platos vacíos.
Las perras ladran a sus alas negras.
¿Y qué más pueden hacer frente al cuervo?
Si los picos no están a su alcance
ni las ramas, ni los nidos.
Esperan
Solo esperan.
Un paseo, una pelota
el agua;
a que regreses.
Cuidan la casa,
se roban la cama cuando no estoy viendo
no les importa el regaño
saben el precio de sentir las almohadas
debajo de la panza,
somos su territorio
porque no conocen otra forma.
Y a eso sí me resigno.
Las dejo porque no sé cuándo se van a morir.
Es mucha la importancia de hacer feliz a un perro.
El occidente aprueba,
el oriente observa,
a mí me da igual lo que opinen,
los que dicen saber cómo estar,
bien.
Mientras grita y grita mi voz de adentro.
Seguro es para que la escuche.
A veces le hago caso,
otras me gustaría ser sorda
como la lámpara al final del túnel
del sueño irreconciliable,
de vivir conmigo.