jueves, 24 de octubre de 2013

Celofán. Doce cincuenta y uno.


Como cuando a la transparencia le salen manos que acarician demasiado fuerte el cuello de la naturalidad. Se adquiere un sentido de regla, de recto, consentido y figurado. Abrir todo, compartir todo, aunque no quieras, porque amar es así, brutal y de chipi chipi. Si lo tuyo son los ángulos rectos, aléjate de esta práctica. Las curvas no tienen fin, así se inventan las espirales, y ni siquiera son eso, son otra cosa, nadie sabe cómo se llaman las estructuras del amor. Si te sacaras el capricho de la idea del individuo, entonces sentirías. Si no quisieras poseer todas las cosas bonitas, solo porque te imaginas que lo que metes a tu cama aumenta tu belleza, entonces comprenderías lo que es arder en cámara lenta.
La justicia no es para los amantes, no hay nada más lejos del amor. Y de todo lo que puede jugar a ser alguien en una relación amorosa, ya sea novia, amiga, esposa, cama de una vez, canción o poema, yo prefiero siempre ser la amante; porque me gusta lo fundamental. La que ama, la que se saca la piel para usarla de lo que haga falta. Lo hago con furia y ternura, lo hago aterrada, y es el miedo el que me empuja hasta el otro lado. Se tensan mis arcos, cejas, espalda. Me ensarto en la cornisa del infinito número de abismos que acechan una mañana de concierto, un café o una lavadita de dientes. Soy una poseída hecha ninfa en un abrazo. Nunca soy la mariposa, vivo de gusano, entre la tierra, el semen, la sangre y saliva, muerdo las hojas y tiendo lechos en donde adivino que caerá rendido. Solo quiero asaltarle con el cuerpo, la mirada y contemplar lo sublime de estar cerca en un silencio.

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