miércoles, 6 de junio de 2018

Cosas que se perdieron en el fuego

Me pregunto si también vives con la sensación de que en medio de tu tórax hay una fisura vertical. Sus bordes se abren en pliegues translucidos cuando siento. A veces los pliegues son vuelos de falda flamenca y a veces son el oleaje tímido de las tristezas largas.
Una vez sentí un olor delicioso, como a papel quemado. Cerré los ojos y una orilla ardiente se pintó de rojo. Pronto, todo el borde era incandescente, se calentó tanto que se hizo transparente, el rojo era azul y al mismo tiempo violeta, además no echaba humo.
Era una llama.
Sorprendida por el fenómeno y consumida por el deleite, decidí echarle combustible para que no se apagara. Empecé por aceptar promesas, ya no me acuerdo cuántas ni cuáles fueron, pero te aseguro que una gran forma de mantener encendido el fuego es alimentarlo de futuro.
Entonces, todo mi cuerpo ardía lentamente, me lo podías ver en los ojos y en las curvas. El calor parecía haber llegado a una buena temperatura, las promesas ya se calcinaban, ahora eran mentiras blancas, el lienzo perfecto para ese arco iris que es la proyección.
Al centro de la herida se materializó un pequeño prisma que empezó a reflejar sus brillos por toda la casa. A veces dejaba pequeños incendios en el quicio de las ventanas, o en el espejo del baño. Incluso alguna vez creí ver minúsculas lenguas de fuego en el filo del cuchillo de la cocina. Le escupimos un par de te amos y todo bajo control. La cosa se puso color de hormiga cuando pasó esa sombra tan oscura, tan negra y entonces la fisura se veía aún más ardiente, y así, empezó a reclamar más oscuridad. Parecía decir: "mírame, soy una divinidad que ha tomado el centro de tu pecho y buena parte de tu cerebro, aliméntame de instigación y control". En ese punto, la llama llevaba un buen tiempo caliente y poco a poco fui perdiendo sensibilidad. Ya echaba humo, así que no veía muy claramente ni podía respirar muy bien lo cual afectaba mi percepción del mundo.
Una mañana me miré en el espejo. Estaba helando. La fisura se sentía áspera, se había cerrado, el prisma era ahora un carbón muy duro y seco. Adentro se percibía apenas el latido de mi corazón. La llama se había apagado, los bordes chamuscados parecían sellados para siempre. Cerré los ojos y palpé la cicatriz. Todavía estoy arrancándome la costra sin tener la menor idea de qué voy a encontrar cuando por fin se caiga.

2 comentarios:

aleharo dijo...

abrazo xoc. :*

Sra. Xoc dijo...

* Dos de vuelta, hermosa Ale