miércoles, 27 de junio de 2018

Once




Un día pasa algo que te abre como una lata o como una crisálida.
Entra como si nada en esos sitios en los que sientes, en los puntos de contacto que todavía están vivos. Con los dientes arranca el recubrimiento de tus cables, sin importar si es plástico, hilo o tubo de acero; los deja desnudos. Unos dedos largos intentan combinaciones acariciando la punta de los tuyos, hacen florecer tus pezones y forman espirales con tu pelo. Una nariz se mete a tu cuello abriéndose paso por tus venas y dibuja universos y estrellas en donde antes había un esternón. Ofrece su cuerpo, sus ojos como bálsamos, tabla flotante para que no te ahogues, porque sentir de nuevo es un revolcón de olas violentas, un no tener a qué asirse y abrir los ojos como platos ante la inminencia y el asombro de que todo eso que ignoraste durante años, está esperando a ser procesado, masticado, deglutido e idealmente desechado en el espacio.
Para que pase, para que volver a sentir pase, hace falta estar libre y dispuesta a no regresar a la forma compacta, a dejar que se rompan las presas, a que el agua fluya con fuerza hasta hacerse rio y con ojos de manantial abrir el puño y soltar las manos y quitar la puerta para que nunca más te puedas volver a cerrar.

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