Sutíl es la llama del diablo blanco
susurra un ahogo de centellas
martillo y alfombra setentas,
naranja y parda,
pero blanca.
Siento su lengua detrás
de la nuca,
su temperatura insípida
y nos fundimos en un espejo.
Diablo, diabólico intento
tecleo de tacones de aguja
escaleras arriba
y el mármol tan blanco
calentándose
con mi sangre tan roja.
Aparece un espacio
machaco vacío, vacío, vacío
anestesia taparabos
boca
las rodillas de gelatina
Un demonio inhalante que
después de atacar
se tira holgazán en la quijada
compulsivo y rencoroso
pero haciendo como que no.
Quiere cortarse otro poquito
con el bracito estirado,
su sangre traslúcida recuerda una
delicada gota de semen.
El rayo de luz lo atraviesa.
Quieres chuparlo, como un bebé
prendido de su teta de leche,
pero es solo un pinche hueso.
El diablo blanco parece agua
pero es de yeso.
lunes, 31 de octubre de 2016
sábado, 22 de octubre de 2016
Veintiuno diecinueve.
Hay ganchos
disfrazados de mirada.
Sé que existe que
dos puedan mirar el mismo invisible
mientras intercambian silencios en una
banqueta.
Sé que uno puede
emborracharse de ojos,
besarse de muerte
cuando comprende el espacio que lo separa todo.
Sé, con los pelitos
del brazo y este húmedo frío que llega a las nalgas, que la vida que interrumpe
la muerte, es un beso francés, un inhalar a los otros hasta que el hilo de la saliva
se rompe y las pupilas se sequen y llegue la muerte con su manto de estrellas a
imponer la santa paz con su edificio de olvidos.
Veintiuno cero tres. Sueño blanco.
Podría ser que
nos dejemos sin ver. Mantener la sutil vibración de una cuerda que se imagina.
Cada quién en un extremo del mismo arco, vaivén de brea frotada. El cuarto
huele a resina y esto se trata de no quemarse nunca, sino de estar siempre
calientes.
Dos palomitas
carmín, casi azules como piernas bien abiertas para entrar fluidamente o quedarse fuera a retozar en la hierba, que por cierto
ahora podo con la máquina de rapar y es delicioso su olor tibio. No te preocupes, he dejado briznas
para mordisquear mientras miramos languidecer la tarde.
El intento es no
tocarse, desear evocando lo preferido, tal vez podemos intentar un día, tomar un whisky
al extremo de una misma barra y mirarnos. Yo llevaría una minifalda de
piel negra y tú lo que traigas puesto, de todas formas te lo voy a quitar. No
vale una palabra, los requiebros se hacen con el cuerpo. Si te veo casi
jadeando le pido al bartender que te ponga una Perrier con rodaja de limón, para
que ese día te sepa cítrica la lengua después de conversar conmigo con la
barbilla recargada en el pasto.
viernes, 21 de octubre de 2016
Once cincuenta y seis, mantente hambriento.
Se abre la boca al hambre
como se mira al cielo: buscando formar las nubes que mojan la lengua.
Se abren las piernas al nido, a la idea de que amando se niega la muerte.
Probablemente hoy no sea el último de los días.
Se es vivo y se piensa no estarlo.
Ceniza es una palabra de vicio y virtud,
como polvo lo es de muerte y placer.
Mientras, el mundo nos convierte constantemente en futuro.
como se mira al cielo: buscando formar las nubes que mojan la lengua.
Se abren las piernas al nido, a la idea de que amando se niega la muerte.
Probablemente hoy no sea el último de los días.
Se es vivo y se piensa no estarlo.
Ceniza es una palabra de vicio y virtud,
como polvo lo es de muerte y placer.
Mientras, el mundo nos convierte constantemente en futuro.
Once treinta y tres.
El día que me
convertí en ausencia fue uno
en el que sin darme cuenta desaparecí durante una persecución.
Soltaba mi
corazón sabueso, dejando que diera brincos detrás de ti.
A veces eras
liebre y a veces pato.
El punto es, que
en una de esas correrías,
mi corazón no regresó más.
Se quedó
olfateando un rastro de caracol que confundió con manada de estrellas
sobre la
tierra fresca, y no solo te perdió el rastro,
sino que se extravió por completo.
Me convertí en
ausencia por que nunca fuiste buena presa.
Te dejaste
atrapar y cada vez resultaste incomible.
Dejó de ser
divertido y me convertí en ausencia.
Los límites de
mis sueños contigo se borraron y todo empezó a ser tan real.
La soledad, la
inexistencia, la sucesión de días sin mirarnos, y luego,
aquel encuentro
diario de sexo sin presencia, terminó el trabajo
y me convertí en
ausencia.
A fin de cuentas
y mirándolo bien,
¿quién quiere
estar presente en tal situación?
Era mucho mejor
estar en otro lado, mientras ideaba una catapulta lejos
de ese lugar, en
el que cada respiro
me mataba un
poco.
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