El día que me
convertí en ausencia fue uno
en el que sin darme cuenta desaparecí durante una persecución.
Soltaba mi
corazón sabueso, dejando que diera brincos detrás de ti.
A veces eras
liebre y a veces pato.
El punto es, que
en una de esas correrías,
mi corazón no regresó más.
Se quedó
olfateando un rastro de caracol que confundió con manada de estrellas
sobre la
tierra fresca, y no solo te perdió el rastro,
sino que se extravió por completo.
Me convertí en
ausencia por que nunca fuiste buena presa.
Te dejaste
atrapar y cada vez resultaste incomible.
Dejó de ser
divertido y me convertí en ausencia.
Los límites de
mis sueños contigo se borraron y todo empezó a ser tan real.
La soledad, la
inexistencia, la sucesión de días sin mirarnos, y luego,
aquel encuentro
diario de sexo sin presencia, terminó el trabajo
y me convertí en
ausencia.
A fin de cuentas
y mirándolo bien,
¿quién quiere
estar presente en tal situación?
Era mucho mejor
estar en otro lado, mientras ideaba una catapulta lejos
de ese lugar, en
el que cada respiro
me mataba un
poco.
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