viernes, 21 de octubre de 2016

Once treinta y tres.

El día que me convertí en ausencia fue uno 
en el que sin darme cuenta desaparecí durante una persecución.
Soltaba mi corazón sabueso, dejando que diera brincos detrás de ti.
A veces eras liebre y a veces pato.

El punto es, que en una de esas correrías, 
mi corazón no regresó más.
Se quedó olfateando un rastro de caracol que confundió con manada de estrellas 
sobre la tierra fresca, y no solo te perdió el rastro, 
sino que se extravió por completo.

Me convertí en ausencia por que nunca fuiste buena presa.
Te dejaste atrapar y cada vez resultaste incomible.
Dejó de ser divertido y me convertí en ausencia.
Los límites de mis sueños contigo se borraron y todo  empezó a ser tan real.

La soledad, la inexistencia, la sucesión de días sin mirarnos, y luego,
aquel encuentro diario de sexo sin presencia, terminó el trabajo
y me convertí en ausencia.

A fin de cuentas y mirándolo bien,
¿quién quiere estar presente en tal situación?
Era mucho mejor estar en otro lado, mientras ideaba una catapulta lejos
de ese lugar, en el que cada respiro

me mataba un poco.

No hay comentarios: