sábado, 22 de octubre de 2016

Veintiuno diecinueve.

Hay ganchos disfrazados de mirada.
Sé que existe que dos puedan mirar el mismo invisible
 mientras intercambian silencios en una banqueta.
Sé que uno puede emborracharse de ojos,
besarse de muerte cuando comprende el espacio que lo separa todo.

Sé, con los pelitos del brazo y este húmedo frío que llega a las nalgas, que la vida que interrumpe la muerte, es un beso francés, un inhalar a los otros hasta que el hilo de la saliva se rompe y las pupilas se sequen y llegue la muerte con su manto de estrellas a imponer la santa paz con su edificio de olvidos.

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