Hay ganchos
disfrazados de mirada.
Sé que existe que
dos puedan mirar el mismo invisible
mientras intercambian silencios en una
banqueta.
Sé que uno puede
emborracharse de ojos,
besarse de muerte
cuando comprende el espacio que lo separa todo.
Sé, con los pelitos
del brazo y este húmedo frío que llega a las nalgas, que la vida que interrumpe
la muerte, es un beso francés, un inhalar a los otros hasta que el hilo de la saliva
se rompe y las pupilas se sequen y llegue la muerte con su manto de estrellas a
imponer la santa paz con su edificio de olvidos.
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