sábado, 22 de octubre de 2016

Veintiuno cero tres. Sueño blanco.


Podría ser que nos dejemos sin ver. Mantener la sutil vibración de una cuerda que se imagina. Cada quién en un extremo del mismo arco, vaivén de brea frotada. El cuarto huele a resina y esto se trata de no quemarse nunca, sino de estar siempre calientes.
Dos palomitas carmín, casi azules como piernas bien abiertas para entrar fluidamente o quedarse fuera a retozar en la hierba, que por cierto ahora podo con la máquina de rapar y es delicioso su olor tibio. No te preocupes, he dejado briznas para mordisquear mientras miramos languidecer la tarde.
El intento es no tocarse, desear evocando lo preferido, tal vez podemos intentar un día, tomar un whisky al extremo de una misma barra y mirarnos. Yo llevaría una minifalda de piel negra y tú lo que traigas puesto, de todas formas te lo voy a quitar. No vale una palabra, los requiebros se hacen con el cuerpo. Si te veo casi jadeando le pido al bartender que te ponga una Perrier con rodaja de limón, para que ese día te sepa cítrica la lengua después de conversar conmigo con la barbilla recargada en el pasto.

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