Podría ser que
nos dejemos sin ver. Mantener la sutil vibración de una cuerda que se imagina.
Cada quién en un extremo del mismo arco, vaivén de brea frotada. El cuarto
huele a resina y esto se trata de no quemarse nunca, sino de estar siempre
calientes.
Dos palomitas
carmín, casi azules como piernas bien abiertas para entrar fluidamente o quedarse fuera a retozar en la hierba, que por cierto
ahora podo con la máquina de rapar y es delicioso su olor tibio. No te preocupes, he dejado briznas
para mordisquear mientras miramos languidecer la tarde.
El intento es no
tocarse, desear evocando lo preferido, tal vez podemos intentar un día, tomar un whisky
al extremo de una misma barra y mirarnos. Yo llevaría una minifalda de
piel negra y tú lo que traigas puesto, de todas formas te lo voy a quitar. No
vale una palabra, los requiebros se hacen con el cuerpo. Si te veo casi
jadeando le pido al bartender que te ponga una Perrier con rodaja de limón, para
que ese día te sepa cítrica la lengua después de conversar conmigo con la
barbilla recargada en el pasto.
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